El buen sentido del perverso. Hay un atardecer violeta y se
filtran tras las nubes y los techos los primeros destellos de estrellas.
Pequeños estallidos iridecentes de viejos planetas consumidos por fuego y
hartazgo. Sobre el lecho de enfermo
la marica se desvanece.
Sobre la larga cabellera ceniza la sombra se hace aún más
sombría. Oscuridad y luz violeta, estrellas, sol (corre la marica detrás del
sol que vuelve y vuelve por a sorprenderlo por su espalda).
Un poeta en Nueva York espía desde el borde de la Quinta
Avenida el porte sobrio del cochero. La misma luna ilumina Granada. Y el buen
ojo del culo de Allen Ginsberg clama por que den por culo a los buenos maricas
de la CIA.
El medico hace su entrada en escena. Guardapolvo intachable,
cabello blanco
-Estudiaremos.
-Explíquele a ellos por favor.
-Y quienes son ellos.
-Mi hija, mi ex mujer y mis dos novios.
Es una pequeña comedia de enredos, la figura del puto en la
clínica católica. (Penélope: -La Esperanza, a qué clase de hijo de puta se le
ocurre ponerle a una clínica La Esperanza? A un hijo de puta católico).
Caldo de verduras (en el caldero hierven las ultimas tripas
de alguien que cayó por curiosidad, espiando a la sudorosa dama de la cofia y
el cucharón entre el zapallo y las zanahorias. No tuvo tiempo de explicarse con
la fuerza y precisión de un carnicero ella los destripo y vertió sus huesos y
vísceras al aceite hirviendo).
El muchacho inflado y amarillo, los ojos desbordando las órbitas la bilis de una vida insegura. Revienta el hígado, los vasos, mierda y
veneno.
Hola señora morfina. Necesito de usted las dulces caricias
de una nana que me lleve de viaje allá lejos, donde no hay tiempo ni espacio ni
lugar ni color ni luz ni nada que se materialice. Un simple punto oscuro más
pequeño que un grano de arroz. Allí
esculpido en letras góticas el Zaratustra de Nietzche.
La marica se desvanece
en prados donde yacen viejos ejércitos perdidos y recuerdos
rotos de los desterrados. Pálidos rostros hambrientos con grietas y cicatrices,
testigos que aún no han hablado.
Juguetean en el andamio aquellos obstinados constructores de
sueños (la eternidad por los astros proclamo August Blanqui con tanta fuerza
como la técnica de la barricada).
La marica se desvanece
El sexo de húmedo muchacha el orín los bronceados cuerpos de
los hombres de mar. Tejen las manos fuertes del que hila redes puntos precisos
y movimientos constantes. Es una escollera, un porro frente al viento frio del
mar.
Teje el tejedor la mortaja del anciano y las ropas del
recién nacido. Odra en la montaña sus recuerdos de cordillera. Su amante el
viento, su odio su némesis su garabato de un tiempo perdido.
La marica se desvanece
El doctor la doctora el enfermero en escena. Tres pinchazos
a la medula las lágrimas.
La marica se desvanece.
Se deja ir por un pedazo de almohada hacia un lugar donde
todo dolor este perimido. Donde todo recuerdo proscripto todo deseo una
estrella fugaz.
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