sábado, 13 de octubre de 2012

Chocolandra

Despliega sus alas la marica que crece dentro de mí. Una conciencia que se despliega desde el deseo a la reflexión, de la lujuria a la soledad, del exceso a la intimidad de un cuarto en penumbras.
A veces soy Chocolandra, como me bautizo mi amante rosarino, una loca desatada que saborea lo intenso y que pide más y más, angurrienta, visceral, hedonista. Otras me contemplo frente al espejo mientras mamo, trago, mastico, devoro. La barba crecida y la boca llena. Las manos duras presionándome con fuerzas. Otras el machito grandote al que le piden que cumpla su papel de semental. Soy todos y ninguno. Es allí junto al otro, donde todo se resume en el afecto y la pasión, donde empiezo a reconocerme y se despliega el caos y la conciencia a la vez, la certeza y la confusión, pero el resto me resulta extraño y hasta ajeno. Ya pase en mi vida del temor y el prejuicio que me oprimía, al orgullo y la vindicación, pero aún así, aún sintiendo respeto desde el otro, me sigo sintiendo lo otro, lo que se explica, lo que se acepta pero no se desea ( mi amante rosarino me paso esta frase que explica mejor "la nominación produce una toma de conciencia de uno mismo como otro que los demás transforman en objeto"). Patrañas de la integración. Es la moral frita y su norma sexual, es la cultura lo que ahoga ese devenir obligado, legislado y gobernado de los cuerpos y los afectos. Es el capitalismo, estúpido, me digo a mi mismo, el orden de la explotación y de la muerte lo que impide ser libre, consciente de la necesidad y sujeto del deseo, transformando la libertad, la necesidad y el deseo en simple mercancía.
Es el erotismo entonces, una fuerza subversiva.

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