La ultima imagen que recuerdo de él es parado frente a la ventana por donde se filtra el sol de una cálida primavera. Completamente desnudo, su cuerpo apoyado contra el marco de la ventana abierta, fumando despaciosamente mientras contemplaba la calle perdido en su pensamiento. Acariciaba suavemente su barba.
Recuerdo haber pensado que hermoso es y me sentí ruborizado de ser un hombre atraído por otro hombre. Dos prófugos perseguidos y enfrentados a la sociedad, escondidos en una habitación de la bucólica ciudad de Berna. Rompiendo las ataduras de la moral y las reglas del amor concebida para hombres y mujeres y que contempla este amor entre hombres como un acto enfermo y anormal, perverso. Aun así lo juzgarían nuestros propios compañeros.
De repente rompió el silencio.
- ¿Pensaste en nuestra suerte? ¿En que nos depara la lucha cuando salgamos de esta habitación? ¿Pensaste que este puede ser el único lugar y el ultimo momento donde disfrutarnos mutuamente sin las convenciones y la distancia del disimulo?
Me di cuenta de que algo le preocupaba y le pregunte por ello.
-Solo me pregunto si vale la pena sacrificar todo quienes aceptan su yugo sin hacer nada por conquistar su propia libertad. Se desgañitan en busca de un trozo de pan o del reconocimiento de sus amos y no son capaces de rebelarse más que bajo el influjo de las bombas, que aun no están dispuestos a hacer estallar. ¿Estamos llamados a ser mártires para quienes no quieren terminar con su esclavitud?
-Nadie desea su propia esclavitud, es el temor quien los somete. Nuestra tarea es destruir aquello que permite la tiranía, solo así los hombres se sentirán libres para conquistar lo que sea. Tenemos que encender en ellos la pasión por la destrucción. Esa es la única obra constructiva.
Pero mientras hablaba notaba en el sus rasgos duros y bellos ganados por un aire de desencanto.
-Si pero si no hay voluntad de lucha ¿que nos depara el futuro? ¿la perpetuación de la derrota? ¿Nuestro propio sacrificio?, me interrumpió brusca e indignadamente.
Aquel gesto que me conmovía y, permítanme que vuelva a ruborizarme por este sentimiento, me excitaba. Sentía un enorme cariño y admiración por aquel hombre que clamaba su queja por el apagado espíritu de la revuelta.
-Organizar la pasión. Querido Serguei. Y en ese momento, vencí mi propia vergüenza ante este amor oculto y prohibido que me llevaba a actuar con prudencia, decidí dejar de lado toda forma de temor en este trato, me incorpore hasta donde estaba parado y lo bese. Se sorprendió ante aquel acto, primero corrió su boca, esquivando la mía. Me senti temblequeando frente a aquel gesto terrible de sorpresa y disgusto. Pero enseguida se entrego a aquel beso con una dulzura desconocida para mí entre dos hombres cuyas espaldas cargan la responsabilidad de hacer arder la llama de la rebelión entre sus pares. Nuestros cuerpos se confundieran el uno con el otro. Nos tiramos en la cama mientras buscábamos nuestro sexo. Yo me acerque hasta su miembro duro y lo empecé a lamer. El me aparto y me acostó para penetrarme con violencia hasta acabar en mí. Y pensé tigre mío, soy tuyo como no seria de nadie en este mundo.
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Mi nombre es Serguei Nechaev. Hace casi 10 años que me encuentro encerrado en esta oscura prisión, la fortaleza de Pedro y Pablo en la ciudad de San Petersburgo. Estos fríos bloques de piedra en donde descansan mis huesos y mi cuerpo enfermo, es el gran monumento que la tiranía erigió para atemorizar al pueblo. ¿Cómo llegue hasta aquí? Fui capturado en Zurich en 1872, por un agente polaco de la policía zarista que logro engañarme a mi. Justo a mi que hice de la conspiración la máxima obra de todo revolucionario.
Los jueces y tribunales del estado imperial me dieron trato de criminal ¿Por qué? Por haber querido terminar con el zar y su monstruoso estado de nobles y parásitos engordados con el sacrificio de los mujik y los ciudadanos. Por haber predicado que la libertad había que conquistarla mediante la conspiración revolucionaria y el terrorismo. Pues si esto es un crimen, me asumo como criminal y bien merecido tengo mi castigo y me enorgullezco del mismo. Seré un mártir para la causa del pueblo.
Aquí me encuentro enfermo entre estos muros húmedos. Mis encías sangran y los hematomas se multiplican por mi cuerpo. Los músculos de piernas y brazos se hallan endurecidos. Antes que los verdugos me esta matando el escorbuto. Me encuentro cerca del final. Mis antiguos camaradas de la Narodnaya Rasprava han ido cayendo, por lo que estoy solo. Tenemos el orgullo de haber encarnado la Venganza del Pueblo, de haber encendido la tea de la libertad para el siervo y el mujik. Los nobles rusos que dilapidan sus fortunas en fastuosas fiestas e innecesarios lujos por los palacios de la vieja Europa, supieron temernos. Sembramos contra s el terror contra los amos de la Santa Rusia, los acosamos con la pólvora y la dinamita como instrumentos purificadores. Fuimos los herederos del gran Pugachev que asolaba con su ejército de campesinos harapientos el reinado de Catalina. Pero el pueblo sigue su vida esclava temerosos de la horca y el látigo de los soldados que mantienen el orden.
Pero ¿a quien le puede importar este relato de un hombre condenado hablando a su propia sombra entre las cuatro paredes frías de mi celda?. Y me respondo, a mi me importa, porque solo así puedo entender y explicar las razones de mi lucha y esta situación de condenado que marca mi existencia. Que se me entienda. No pido perdón, ni busco expiar mi alma ante algún Dios inexistente. Si lo tuviera frente a mi lo mataría con mis propias manos por todo el daño que ha hecho a los hombres su figura celestial. No pido piedad, no soy como esas criaturas hambrientas y miserables obligadas a rezar en las iglesias y catedrales que se pagan con su sudor y su sangre. Soy un revolucionario y predique entre los míos un catecismo distinto al de la religión y el estado. Llame a la ruptura “con el orden público, con el mundo civilizado, con las leyes, con las convenciones sociales y las reglas morales”. Les explique a los míos, hombres decididos, que “El revolucionario es un implacable enemigo de ese mundo y continúa viviendo en él con el único propósito de destruirlo”. Y si para ello recurrí al terror, no me arrepiento. Y si lo aclaro es para que sepan de mi orgullo por esta condena y no por consideración a los antiguos camaradas que me han abandonado tratándome de farsante, fanático, nihilista o policía.
Pero en el secreto de estas cuatro paredes de mi celda donde la locura, las ratas y los carceleros son mi única compañía los recuerdos se suceden uno tras otro y entre ellos se presenta aquella sombra del amor que alguna vez sentí. Yo Serguei Nechaev, el revolucionario y terrorista, que yace en las manos arbitrarias del zarismo, que he escrito que nuestros combatientes debían dejar de lado “Todos los sentimientos tiernos que afeminan, como los lazos paternos, la amistad, el amor, la gratitud, el honor mismo” para sustituirlo “por la fría y única pasión de la causa revolucionaria” a la que dedique mi vida. No pude superar aquel impulso de la naturaleza y la atracción por el sexo. Yo he amado a un hombre. Otro igual a quien admire y termine subyugando a punto tal de confundirnos el uno con el otro en cuerpo y alma y de terminar lejos, tan lejos el uno del otro cuando nuestros caminos se separaron para siempre.
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Mi nombre es Mijail Bakunin. Para quienes no me conozcan me presento. He sido llamado por muchos como el inspirador del anarquismo y me enorgullezco de ello. He sido llamado inspirador del anarquismo, aunque tome mis ideas de Fichte, Proudhon y Hegel (De este gran filosofo he dicho: 'recuerdo todavía el tiempo en que, hegeliano fanático, creía llevar el absoluto en mi bolsillo, despreciando al mundo entero desde lo alto de esta pretendida verdad suprema') y por lo tanto no soy autoridad alguna que se pueda atribuir la propiedad de una idea, como los burgueses se atribuyen la propiedad de lo que producen los obreros, que surge del curso de la historia del hombre y el pensamiento en busca de la más plena libertad. Por eso me he declarado en guerra contra Dios, la patria, la propiedad privada y el estado, todos los males que embrutecen y fomentan la explotación y la esclavitud de los hombres. Soy partidario de la rebelión y la violencia destructiva, porque es allí donde vive la esperanza de la anarquía.
Quizás estas palabras que una vez supe escribir me expliquen mejor: 'Yo no soy ni un sabio ni un filósofo, ni siquiera un escritor de oficio. He escrito muy poco en mi vida y solamente lo he hecho, por decirlo así, a pelo, cuando una convicción apasionada me forzaba a vencer mi repugnancia instintiva contra toda exhibición de mi propio yo en público. ¿Quién soy yo, pues? (…) Yo soy un buscador apasionado de la verdad y un enemigo, no menos apasionado, de las ficciones desgraciadas con que el partido del orden, ese representante oficial, privilegiado e interesado en todas las torpezas religiosas, metafísicas, políticas, jurídicas, económicas y sociales, presentes y pasadas, pretende servirse, todavía hoy, para dominar y esclavizar al mundo. Yo soy un amante fanático de la libertad, a la que considero como el único medio, en el seno de la cual pueden desarrollarse y agrandarse la inteligencia, la dignidad y la felicidad de los hombres... La libertad que consiste en el pleno desarrollo de todas las potencias materiales, intelectuales y morales que se encuentran latentes en cada uno... Yo entiendo esta libertad como algo que, lejos de ser un límite para la libertad del otro, encuentra, por el contrario, en esa libertad del otro su confirmación y su extensión al infinito; la libertad limitada de cada uno por la libertad de todos, la libertad por la solidaridad, la libertad en la igualdad; la libertad que triunfa de la fuerza bruta y del principio de autoridad, que no fue nunca más que la expresión ideal de esta fuerza...Yo soy partidario convencido de la igualdad económica y social, porque sé que, fuera de esta igualdad, la libertad, la justicia, la dignidad humana, la moralidad y el bienestar de los individuos, así como la prosperidad de las naciones no serán nunca nada más que mentiras'.
Yo Mijail Bakunin, un revolucionario anarquista, que se encuentra viviendo el exilio, en Lucarno, Suiza, sufriendo penurias y pasando estas largas horas dedicadas a escribirme con los camaradas que propagan nuestro ideal ácrata por Europa y el nuevo mundo. Yo tengo un secreto que quiero compartir con aquel que se atreva a superar los prejuicios de este siglo que me ha tocado vivir y no me juzgue con el decálogo moral de una sociedad que niega la libertad y el disfrute de la igualdad. Yo he amado a un hombre.
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Nuestro romance fue corto, aunque por todo lo vivido y todo lo que significo para mi me pareció un siglo. Junto a él explore en el significado del amor entre dos hombres, en la rudeza de un sexo violentamente dulce, en la confrontación de ideas. Lo ame y goce por cada uno de sus poros, moría por sus palabras llenas de pasión y sueños, me encandilaba la voluntad de ser libre y rebelde en el acto mismo de vivir. Individualista y egocéntrico. Un conspirador que rechazaba la ley, la moral, el estado y la política.
Sentía por el un amor como el que una vez describí por carta a mi hermano Pablo:
“París, 29 de marzo de 1845.
...Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las construcciones teóricas y a no conocerla más que en la fantasía, porque he experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he caído a menudo en la desesperación. Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero, -sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí-; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es decir, activamente -está sometida a la más terrible y a la más infame esclavitud- y debo liberarla combatiendo a sus opresores y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de la libertad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándola a sí misma, al sentimiento de su fuerza y de sus derechos. Amar es querer la libertad, la completa independencia del otro; -el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama-; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aún y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama. He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, -he ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual- porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo. Querer, al amar, la dependencia de aquel a quien se ama, es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería la cosa más peligrosa y la más infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad. Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacerlos volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para ser ellos mismos es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo. Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora. Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos -no son más que mentiras-; la verdad no es una tontería, sino un hecho, la vida misma es la comunidad de hombres libres e independientes, es la santa unidad del amor que brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual...”
Me sonrojo de solo pensar que ame así a un hombre decidido y fanático por el que perdí la cabeza. Un amor que me hizo hacer cualquier cosa, comprometiendo incluso la causa revolucionaria y la confianza de muchos camaradas. He llamado a aquel hombre tigre mío y deseado sus caricias y sus besos, mientras discutía como luchar contra el partido del orden. El nombre de mi amado era Serguei Nechaev y rompí dolorosamente con él cuando comprendí que su fanatismo que tanto me había subyugado terminaba por imponer una dictadura personal opuesta a la libertad individual y el programa de la anarquía.
Compartimos nuestra pasión y nuestras ideas durante casi un año. Lo conocí en marzo de 1869 en Ginebra. Nechaev se me presentó como miembro de un comité revolucionario ruso con sede en San Petersburgo. Me asombro desde el principio. Veía en el la decisión y la voluntad de alguien dispuesto a todo por un ideal. Me inspiro su Catecismo del Revolucionario, donde clamaba por “la aparición de un grupo de personas capaces de arrojar atrevidamente una piedra a la cara de la puerca sociedad”.
Enloquecí tanto por él y por su hermosura que, preso de mis propias penurias, convencí a mi buen camarada Ogarev que me diera su parte del dinero de la herencia del viejo Herzen para ayudar a Serguei a organizar su propio grupo, la Narodnaja Rasprava al que dirigía con puño de hierro, algo tan distante a mi idea anarquista.
Terminamos cuando en noviembre de 1869 ajusticio sin prueba fehaciente al camarada Ivanov, acusándolo de agente de la policía. Fue un gran golpe para mí, tuve que optar entre lo que sentia y lo que creia necesario para nuestra lucha. Le escribí “querido amigo, usted no es un materialista como nosotros, pobres pecadores, sino un idealista, un profeta; monje de la Revolución, su héroe no puede ser ni Babeuf ni siquiera Marat, sino cualquier Savonarola. Por su forma de espíritu usted resulta más próximo a [....] los jesuitas que a nosotros. Usted es un fanático. De ahí su fuerza muy grande de carácter pero también su ceguera, y la ceguera es un punto flaco grande y peligroso; la energía ciega tienta y tropieza; y cuanto más fiera es dicha energía, más graves y más seguros son los errores”.
Su fanatismo que tanto me seducía fue la causa por la que me aparte de él. Yo lo ame tanto y gozaba de su presencia y de su audacia que ponía en juego toda la reputación y el esfuerzo de los anarquistas. Para Nechaev la revolución social, podía utilizar a su favor el engaño, el robo y el terror despiadado. Quizás me uso, pero no me importa. Escribí en su defensa con dolor, amargura y decepción “Algunos pretenden que él es sencillamente un estafador redomado - es una mentira - es un fanático con entrega pero al mismo tiempo un fanático muy peligroso y cuya alianza sólo podría ser funesta para todos”.
Sin embargo, ahora no puedo dejar de recordar con dulzura su antiguo amor. Nechaev, tigre mío, fui tu hembra y tu hombre, me despoje hasta de mis propias convicciones para amarte locamente. Sin embargo este amor tan carnal y humano, tan prometedor de otro mundo donde las diferencias entre los sexos sean imperceptibles me enseño, con dolor y con amargura, a ser más libre y despojarme, tal como había escrito a mi hermano Pablo, tantos años antes de conocerte.
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Los que me acusan de farsante y criminal, de manipular a los camaradas para mi propio provecho no saben nada de mi. Yo presencie el intento de asesinato del zar Alejandro II en Karakozov en abril de 1866 y comprendí que allí había comenzado la causa del pueblo contra la tiranía.
Fue esa comprensión del momento que se iniciaba en mi país y en el mundo que fui en busca de Bakunin. Y fue en esa búsqueda que esperando encontrar un guía y un maestro, encontré un amante.
Cuando intentaba contactarlo sabia de su fama, de su participación en las insurrecciones proletarias de la Europa de 1848, en Dresde. Sabía que se había evadido de la helada Siberia donde los zares deportaban a los opositores y enemigos.
Algunos dirán que use mi influencia sobre él, que estaba completamente perdido por mí (y digo esto seguro de lo que digo) pero no es cierto. Yo también lo admiraba y recibí de él una colaboración leal y un trato apasionado y cariñoso, como nunca conocí en mi dura vida de revolucionario que vio pasar su tiempo entre cárceles, conspiraciones y exilios. Pero siempre debía discutir ante su continua vacilación por cada uno de mis actos.
-No puedes ser libre si te asustas de las consecuencias del camino decidido. Sino organizas un plan y una fuerza capaz de persistir cuando las masas retrocedan y de actuar para despertarlas. No te engañes, Mijail.
Y el me contestaba:-Tu organización es el principio de una dictadura que engullirá la revolución en la trampa del estado.
-No seas chapucero, Mijail.
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Me entere que Nechaev grito a sus jueces: “Antes de tres años sus cabezas serán tronchadas en este mismo lugar por la primera guillotina rusa… ¡Abajo el zar! ¡Viva la libertad! ¡Viva el pueblo ruso libre!”. Que el zar pidió en persona que lo encerraran para toda la vida, que cumple su condena en la terrible prisión de Pedro y Pablo, esa Bastilla del zarismo donde yo también estuve detenido. Que abofeteo a un general en medio de una inspección en su celda. ¡Qué otra cosa podía esperarse de Serguei! No es de los que se rinden. Dicen que sus carceleros lo admiran mientras mastican en secreto su propio odio al zar y la aristocracia.
Se que estamos lejos y separados el uno del otro por la prisión, la distancia y las ideas. Pero aquí en Suiza, donde vivo agobiado y lejos de la acción, te extraño Nechaev, tigre mío. Sueño estos sueños de viejo y exiliado las caricias que supimos darnos como una dulce esperanza del amor y la anarquía.
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