jueves, 6 de noviembre de 2008

El viejo Walt Withman yace acostado,
desnudo en el pasto,
bajo la sombra protectora de un árbol
y a orillas de un río.
Acaricia su blanca barba con delicadeza.
Contempla sus pies,
su dedo gordo,
gigante sombra frente al pequeño sol.
Apoyando la cabeza en su pecho,
un hombre joven,
acaricia con dulzura los huevos del viejo poeta.
Sus cuerpos aun huelen al semen derramado.
La boca del joven siente el gusto acido
de aquel elixir de leche agria.
Brindis de la naturaleza al flirteo.
Walt Withman saluda a los testigos de aquel acto.
Hola amigo sol.
Hola amigo río.
Hola hermano árbol.
Hola hermana tierra.
Llevo tu perfume en mi cuerpo amigo pasto.
Soy tu hijo madre naturaleza y como tal me comporto.
Este acto fue uno más de los que se suceden en tu seno
por los siglos de los siglos,
a la vera de las catástrofes o las guerras.
El joven escucha las palabras del viejo poeta,
lo observa.
-No me temas, dice Withman.
Pero el joven no teme,
desea.
Sueña acariciando los huevos del poeta
con aquella libertad que prometen sus palabras.
El hombre viejo de barba blanca descansa.
Sonríe.
Escucha el canto del viento y de los pájaros.
Walt Withman reposa de la belleza de su propio canto.
Sueña sus sueños de una libertad absoluta.

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