viernes, 23 de enero de 2009

El acto certero pero inutil de Carlota Corday


El 13 de julio de 1793, a las siete de la tarde María Carlota Corday d’Armont golpeo la puerta de Jean Paúl Marat, el Amigo del Pueblo. Luego de engañar a Catalina Evrard, la joven Carlota se encontró frente a frente con un hombre tendido en una tina de baño llena de agua y azufre donde Jean Paul Marat intentaba calmar las fiebres contraídas en las alcantarillas de París, cuando vivía una vida clandestina y las ratas se alimentaban de los cuerpos y huesos de Marat y los miserables de París, perseguido indistintamente por nobles, burgueses y girondinos que querían restaurar un orden, que en 1789 los sans cullotes y los obreros parisinos habían demolido junto a la Bastilla. Bebiendo vinos de Burdeos y alimentándose fastuosamente en medio de las hambrunas esos hombres querían sostener la cabeza del rey Luis y la aristocracia de sangre azul y aquella nacida del color del dinero de los burgueses que quería poner fin a la revolución en nombre de la moderación. Y Marat aún desde las alcantarillas de París, donde era alimento de ratas y compañero de tantos miserables levantaba su dedo acusador y señalaba que el peligro de la patria y la libertad eran aquellos hombres que buscaban poner fin a la revolución y veían en Marat el fuego de la revuelta.

La joven Carlota es una bella mujer y decidida realista. Llega engañando al hombre tendido en la tina que corrige sus palabras para vengar en él las afrentas de la revolución a la sangre azul derramada y la de sus súbditos leales en La Vendee. Marat era para ella el responsable de que la sangre azul derramada se viera tan roja y espesa como la de los pobres diablos ajusticiados en nombre de la monarquía. Y que sus cadáveres apestaban tanto como apestan los cadáveres del campesino o el hijo del panadero. Marat era quien con voz firme había llamado a hacer rodar las cabezas de algunos miles de aristócratas y la del propio rey y su consorte María Antonieta para garantizar la marcha de la revolución.

La bella y joven Carlota escondía un puñal entre sus ropas, frente al hombre enfermo, tendido en una tina, que corrige sus palabras claras, pasionales, dirigidas al corazón del citoyen parisino, para vengar el hecho de que por su culpa se haya puesto al descubierto que la sangre azul de los nobles era tan roja y espesa como la de cualquier mortal y que las cabezas de los aristócratas y las del propio rey eran tan frágiles y fáciles de cortar como las de cualquier otro. La joven Carlota radiante, extasiada en extremo, por la sangre azul mansillada y la cabeza del rey y la reina que yacían separadas de sus cuerpos por culpa de Marat.

La joven y bella Carlota, observa la fragilidad y cercanía de su propia victima, su pobreza, la vulgaridad y simpleza de su cuerpo semidesnudo en una tina de agua y azufre. Tan vulgar quizás como el empleado de correos Drouet y su amigo Guillaume que se lanzo en persecución del rey luego de que reconociera su cara por una moneda, deteniéndolo junto a un tabernero en el poblado de Varennes, cuando huía vestido de criado de madame Korff. Un criado tan criado como todos los criados, de sangre roja y espesa, tan roja y espesa como la del rey que huía y cuya cabeza rodara porque Marat había enseñado al pueblo que la libertad se tenía que defender de la conspiración realista. El puñal de la joven y bella Carlota, oculto en sus ropas, busca apuñalar al corazón desde donde laten los fuegos de la republica.

Jaen Paul Marat cavila, siente los dolores de su cuerpo y el efecto de las continuas fiebres, frágil como cualquier hombre enfermo, mientras corrige sus palabras claras y certeras que buscan encender el fuego de la revolución y los derechos de la ciudadanía en la plebe de París, en las profundidades de los campos franceses, en la multitud que con sus actos y decisiones marca el ritmo de la republica. Esa republica que había arrebatado a Carlota la santidad de la sangre azul y guillotinado el halo místico de la cabeza real junto al rey mismo. Un rey que huía de criado una noche en Varennes cuando fue detenido por un empleado de correos y sus amigos.

La joven Carlota aprovecha debilidad del Amigo del pueblo y asesta firmemente una fría puñalada sobre el pecho de Marat, quien agoniza como agonizan todos los mortales, mientras su roja sangre espesa tan roja y espesa como la del san cullote que muere en los muros de la Bastilla, como la del noble guillotinado en el patíbulo, como la de la parturienta que expulsa a su niño a un mundo que esta cambiando y donde la sangre de los vivos y de los muertos es igual de roja y espesa, al menos hasta que no la tiñan nuevamente los dueños del dinero. La sangre roja y espesa de Marat tiñe la tina de agua y azufre y muere como muere cualquier hombre asesinado, pero el silencio de quien hablaba el lenguaje de la revolución será profundo y desgarrador.

La joven y bella Carlota vengo así, en vísperas de acontecimientos extraordinarios en la historia de la Francia revolucionaria, a la sangre azul derramada, que resulto tan roja y espesa como la sangre de Marat, que seguramente tuvo su erección de rigor mortis como cualquier otro hombre muerto en aquellas circunstancias pero que agonizo sabiendo el porque de su agonía.

Mientras Maria Carlota Corday d’Armont, bella y joven vengadora en el éxtasis de su acto maldice en voz baja porque la sangre de Marat es tan roja y espesa como la sangre azul del aristócrata. Y por más siniestro y certero que haya sido su acto, ese precioso secreto ya había sido develado a los ojos del mundo.

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