miércoles, 11 de noviembre de 2009

Vincent y Theo


Los girasoles de Van Gogh brillaban como soles embriagados ¿Serian una alucinación producida por el hongo del centeno y el laudano? o quizás una interpretación de los algodones enchastrados de sangre después de cortarse la oreja? (Querido Vincent: las putas no quieren orejas, quieren dinero, escribió con razón el tío Hank luego del tercer vaso de whisky). Menos mal que fue la oreja y no por ejemplo un dedo o la mano, a ver si todavía ese fatal suceso nos hubiera privado de sus girasoles y sus cuartos y sus comedores de patatas. Y Theo ¿seria el mecenas generoso sabedor del talento de Vincent o un frío contador que calculaba en términos de pérdidas y ganancias? ¿Por qué la historia habla del genio demente y el hermano generoso? Theo da asco. Los Theos del mundo dan pena. Hombres grises que a lo sumo se prenden como garrapatas al lomo del talento y la fuerza ajena. Vincent agonizaba, Theo apenas percibía la vida a través de los ojos del geniecillo. Theo seguía la bucólica y segura vida del burgués, acumulaba. La oreja sangrante es mucho más que una ofrenda al amor, es un acto de desprecio y despojo (las novias no quieren actos pasionales, quieren sentirse seguras, me dijo una novia al abandonarme por un Theo). La seguridad es el concepto de policía de la sociedad burguesa, es el orden, la inmutabilidad de los porotos y la propiedad las patatas. Preferible ahogarse en pedos que surfear enloquecidos en el ojo del huracán o emborracharse hasta la inconciencia junto a Gauguin en los burdeles de la France. Gracias Vincent por tu oreja, les diste de que hablar.

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