sábado, 28 de marzo de 2009

Mar moco verde


La fascinación que ejerce el mar sobre quien lo contempla esta fuera de toda duda. El viejo Joyce describía a las costas irlandesas como ese mar moco verde que golpeteaba contra las rocas, testigo de la sangre y los cuerpos enterrados en las tierras devastadas por los Orange. Es en un océano bravío donde el ballenero del capitan Ahab que imagino Melville va en busca de su recompensa, una enorme ballena blanca que agita sus pesadillas. Es en el mar donde el viejo pescador de papá Hemingway lucha tozudamente contra el oleaje y las barracudas por llevar a costa su preciosa pesca. Mar que ha forjado la tierra, mar escenario de grandes batallas y aventuras como las de Ulises, mar como fondo del romance y el suicidio. Mar que se sacude continúo frente a quien lo observa, pequeño punto de carne y sangre humana, que busca el sosiego o las respuestas rendido frente a él. Que es la eternidad? Preguntaba el joven Rimbaud, “es el mar, mezclado con el sol”.

Para quienes crecimos y nos criamos frente al mar y la playa esa fascinación, la atracción mágica que ejerce es parte de nuestra experiencia vital. Nuestros sentidos están curtidos en el recuerdo por la sal pegada a la piel, la arena pegada en los cuerpos desnudos, el sol pleno brindándonos calor, la envidia del nadador que sueña con la suerte del delfín. En muchos casos somos peces fuera del elemento natural que nos nutre, pescados para ser precisos por el cemento y la civilización, pescados rabiosos.

Recuerdo los días de verano en las playas atestadas de Mar del Plata, donde la gente se busca entre si en una inmensa marea humana que llega por un instante a acallar el rugido profundo de las aguas. Recuerdo como nadar en el agua, desafiar a las olas, era la razón más importante para desear el verano. Más allá del turismo, que para todo niño que vive en una ciudad balnearia es invasivo y arrogante, es quien ocupa nuestro espacio sin dejarnos disfrutar tranquilamente de las olas y el sol obligándonos al bullicio y a servir al visitante. El arte de barrenar entre la gente, de golpear a la señora que se interpone insolente en nuestro camino de instrumentos empujados por la fuerza del oleaje hacia la costa.

Nuestra idea de felicidad y libertad es desnudos en arenas blancas frente al mar, descalzos con el salitre mojando los pies, contemplando la vida hacia un horizonte sin fin, pletórico de aventuras, historias, amores, que buscaremos allá en otros lados, lejos de este mar presente, en otro mar distante donde anidan las esperanzas. Nuestros juegos de la niñez, los romances de la primera juventud, el beso en la costa contemplando un amanecer, el sexo rasposo en la arena, unos baños desnudos en playas solitarias y bajo las estrellas.

Mar fuente del sonido y la furia, de las tempestades, de tormentas electrizantes que hiptonizan. Mar de los pescadores bravos y fuertes, de piel y manos curtidas por el duro trabajo. Mar de los suicidas. Mar moco verde, la eternidad, mezclada con el sol.

2 comentarios:

tecla dijo...

En muchos casos somos peces fuera del elemento natural que nos nutre, pescados para ser precisos por el cemento y la civilización, pescados rabiosos.

Es una observación genial que no había oído en mi vida.
Ahora lo entiendo todo.
Y entiendo como siendo de tierra adentro, siento esta fijación por el mar.
Es una gozada estar contigo.

tecla dijo...

¿haces bien tus comentarios en mi blog?
Porque a mi en el tuyo me salen de maravilla pero en el mío, no hay manera y no se qué es lo que hago mal.
Un abrazo.