lunes, 30 de marzo de 2009

Sangre, sudor y semen

"No utilices el teléfono La gente jamás está dispuesta a responder, Utiliza la poesía". (Jack Kerouac)

El gran Vinicius de Moraes se quejaba contra una poesía que evitaba mancharse de sangre, sudor y semen. Pienso en ello mientras contemplo el horizonte de una ciudad con mar, sus casas bajas, el bosque que la circunda, el puerto a lo lejos y mucho más lejos, el mar. No me cansare de repetirlo, mar moco verde en palabras de James Joyce. Estoy en un 5º piso, asomado a una ventana de cerramiento. La vista es un descanso para quienes estamos en este lugar. La mañana es gris y lluviosa. Lluvia de otoño sobre el mar. Gris como las paredes de cerámicos de este pasillo de Sanatorio.
Vuelvo a la habitación 509. En la primera cama de una habitación con dos camas, descansa mi madre de su operación de rodillas complicada por una infección. Mi madre avejentada y asustada, mi madre como una niña que se niega a todo, mi madre rendida en pañales temiendo cada noche la visita de sus pesadillas. Hasta ayer la veía entregada, hoy esta de mejor humor y lucida, unas lagrimas y ciertos raptos de llanto acompañan su estado de animo. Le acaricio la frente y las arrugas del rostro. Son como los aros de un viejo árbol. Son arrugas de historias plegadas de amantes, amores y combates.
Hablo con ella. Me recuerda que fue una muchacha peronista de la primera hora, a la edad de 7 años, desde el mismo 17 de octubre de 1945, aquel día de sol pleno y calor tan distinto a este de hoy gris y frió, pero sobretodo porque ese día el pueblo gano la calle y copó la Plaza de Mayo en la ciudad de la oligarquía y los copetudos. De la mano del abuelo Luís, burrero, inventor y comunista y de su amigo Chenzo, mi madre fue una muchacha peronista que con los descamisados liberaron a Perón.
Me recuerda que enfrento a los 17 años los bombardeos de la aviación naval contra los obreros en la Plaza de Mayo. De los obreros cayendo como moscas de los camiones de basura que rescataban para defender a Perón. La revancha de los gorilas, dice con desprecio, sabes me cuenta, pintaban ¡Viva el cáncer! Cuando Evita estaba moribunda. Y una lagrima le recuerda que esta en un sanatorio, igual de débil y expuesta que una moribunda, pensando quizás en Evita vestida de seda, haciendo gala de orgullo plebeyo.
Y hablamos, revisa su historia, de cuando en el ’55, después del golpe, con los panfletos escondidos en su uniforme de escolar, lanzaba panfletos que terminaban al grito de ¡Viva Perón!, por las escaleras circulares del departamento central de policía. De cómo marchaba con los laicos contra los libres tiempo después, y de las trifulcas terminaba cubierta de huevazos y moretones..
Rememora la vieja con alegria sus años en la “gloriosa jotapé”, así la llama, cuando nos llevo a la Plaza de Mayo donde Perón los echo al grito de “imberbes y estupidos” y ella nos llevaba a mi hermana y a mi, dos pequeñas criaturas, de la mano, y corría para protegernos de la lluvia de palos y piedras que hicieron que el cielo se pusiera negro, en aquel mes de mayo. De cuando conoció a Santucho, en una reunión que se hizo en unos monoblocks de Avellaneda. Se anima, -que lindo aquello hijo. Que lindos años que viví.
No le discuto, la escucho (debo decir que a ella nunca le gusto que yo fuera trotskista y critico del peronismo por defender los intereses de la burguesía argentina y no de los trabajadores, como ella cree, pero hoy que me importa, quiero ver su sonrisa, quiero verla animada, quiero verla con ganas de seguir, su tiempo sigue siendo ahora, quiero convencerla). Llega la enfermera a cambiarla. La combatiente deja lugar a la vieja-niña del presente. Me retiro. Cuando terminan de cambiarla, le llevan el almuerzo. Subo su cama y le doy de comer en la boca. Quiere dormir, no me animo a retomar la conversación, preguntarle por sus amantes, siento pudor de hijo. Extraño en mí. Me despido con un beso y un –te quiero mamá, se fuerte, te necesito.
Hace 14 días que estoy en esta ciudad de un mar moco verde, de la que me fui hace 20 años, sin poder siquiera haber tenido tiempo de caminar junto al mar, más que un par de veces. ¿Qué hago? Pienso que toda historia, que esta historia, esta teñida de sangre, sudor y semen. Que merece una prosa que la relate, una lengua que la nombre. Un lugar en la memoria del presente. Utilizo entonces la poesía.

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