El coronel pensó en escribirle a su madre, explicándole la decisión: “Madre: quiero que tu nombre ingrese en la puerta ancha de la historia. Que nuestra gran Nación lo identifique con la victoria. Que el enemigo tiemble y reverencie cuando sea pronunciado”. El hombre se detiene. Observa la prolijidad de la letra, la armonia del trazo. Piensa en los almuerzos de maíz y pollo fríto. Piensa en el sol de casa. Retoma la escritura: “Ese será mi regalo para tanto sacrifico que hizo de mi un hombre que sirve a su patria gracias al amor de su madre. Este avión que surcara los cielos de Japón y marcara su vida para siempre será recordado como Enola Gay”. Mientras pensaba como seguir estas líneas, Paul Tibbets, cansado se tiro a dormir un poco antes de partir hacia su misión.
Durante la siesta el hombre sueña con Quince, Illinois, una pelea de chicos blancos y negros. El coronel Paul Tibbets Jr despertó en medio de la trifulca, se contemplo frente a un espejo y arreglo su uniforme antes de salir a la pista. Camino hasta la trompa del B-29 que iba a pilotear y recorrió con la mirada aquel gigante metálico que iba a hacer posible la victoria americana. Escogió el lugar más visible. Tomo una escalerilla, el pincel, pintura negra y con mano firme garabateo, justo debajo de la escotilla del piloto, el nombre de su madre, Enola Gay. Sonrió recordando la sonrisa de mamá Enola viendo escrito su nombre en aquella gigantesca trompa, sintió orgullo de hijo y por un instante se emociono.
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La estadía en la isla de Tinian llegaba a su fin, hacia ya un tiempo que el USS Indianápolis había dejado la carga en la base, bautizada en una noche de whisky como Little Boy. La hora de la operación se acercaba y el nerviosismo general se hacia evidente. Paul se destacaba del resto por estar tranquilo y firme. Necesitaba de aquella frialdad para llevar a buen puerto su tarea. El nombre de su madre en la trompa del avión no solo le despertaba orgullo, sino que lo hacia sentir responsable por el éxito de la misión, no podía permitirse el fracaso.
No solo se trataba de dejar bien parado el nombre de su madre, el coronel Tibbets, era un buen patriota y sabia que la orden provenía directamente del presidente Harry Truman, aquel hijo de granjeros de Missouri, que había reemplazado a Roosveelt. Paul quizás no sabia que, días antes, durante la conferencia de Potsdam, el 17 de julio habían susurrado al oído del granjero Harry -el bebe nació satisfactoriamente; y una sonrisa bien americana, soberbia y sobradora dibujo el rostro del presidente frente a las propias narices de Stalin, quien estaba ajeno a aquella escena.
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Tibbets miro a su tripulación y les dijo -señores llego la hora de la victoria. Dejen todo sentimiento de lado. Dios bendiga a los EEUU. Allí estaban alineados los 14 hombres llamados a golpear decisivamente a Japón y al maldito Hirohito. La tripulación saludo marcial y aquel día de agosto ingresaron al interior del Enola Gay, en cuyo vientre se encontraba Little Boy, y Tibbets bromeo, -madre que bien preñada estas. Caballeros bienvenidos al vientre de mi madre; y una sonora carcajada retumbo en aquella caja metálica. El coronel encendió los motores bajo la atenta mirada de su copiloto el capitán Lewis y el avión comenzó su despegue. Eran las 2:15.
Cerca de las 8:00hs Tibbets recibió un mensaje del comandante Eatherly que piloteaba el Straigth Flush avisándole que había un claro entre las nubes que cubrían Hiroshima por donde se podía arrojar la carga. El coronel respiro profundo, miro la trompa del avión y ordeno comunicarse con Tinian donde informo la clave - “Primario”. Enseguida hablo a la tripulación -Es Hiroshima dijo secamente. Todos se concentraron. Ordeno a la tripulación colocarse las gafas oscuras Polaroid. A los lejos se visualizaba un puente y el rió Ota, allí estaba el objetivo. Tibbets tripulo con firmeza aquel vuelo a contraviento y susurro –madre no me falles. 8:10 ordeno abrir las compuertas, 5 minutos después, 8:15 de aquel 6 de agosto dejo caer a Litlle Boy, desde 9460 metros de altura, sobre Hiroshima. Tibbets viro el avión a 150º para huir de la explosión. Un gran hongo ascendente, una gran bola de fuego se percibía desde el aire y dejo a la tripulación muda. Era el fuego del mismísimo infierno levantándose hasta las puertas del cielo. Una luz cegadora cubrió la cabina y el coronel junto al copiloto Lewis se aferraron al mando del avión. Tibbets le dijo a su acompañante –Dios mío, mira como sube esa hija de puta. El capitán Robert Lewis exclamo -¡Guau, menudo pepinazo! (más tarde en el diario de viaje que él llevaba, Lewis escribió -Dios mío. ¿Qué hemos hecho?) El resto de la tripulación parecía atrapada por la visión hipnótica de esa gigantesca bola de fuego que arrasaba la ciudad. El ametralladorista de cola el sargento Bob Caron no pudo salir de su asombro cuando grito -Es como mirar el infierno. El tripulante Theodore Van Kirk y el artillero Morris Jepsson estaban helados. Centenares de miles de vidas humanas se esfumaron en unos pocos minutos de dolor intenso.
Cuando regresaron a las Islas Marianas, los tripulantes no pronunciaron palabras. Fueron informados del éxito total de la operación. La ciudad de Hiroshima había sido arrasada, tiempo después supieron lo que intuían, que aquel infierno había dejado miles 150.000 muertos. Tibbets pidió ir a dormir la siesta y pollo frito y maíz para la cena. Mientras tanto en Quincy, Illinois, mamá Enola pensó en su hijo cruzando el cielo de Japón, con un avión que la enaltecía. Se sintió una madre orgullosa, su hijo era el artífice de la victoria, sin pensar por un segundo en el costo de la misma.
1 comentario:
Muy bueno. Realmente un gusto volver a leerla. El salpique en la narración esta realmente lograda.Los personajes.Todo.Un placer leerte.
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