“Allí había una cocina amiga donde tomar unos mates y un sitio seguro donde poder aguantarse si era necesario. ¡Las cocinas que hemos conocido!. En esos años, los que más, los que menos, ya tenían su casita y su cocina hospitalaria, abrigada en invierno y fresca en verano. Cocinas alegres, limpitas, con su heladera en un rincón, la mesa con el hule, las sillas acogedoras, carne para el asadito en el fondo. No se hacer poemas, pero sugiero ese pequeño homenaje que todavía no se ha rendido a las cocinas humildes, de nuestras barriadas, que fueron verdaderos fortines del Movimiento Peronista (...)”
Cesar Marcos, dirigente de la resistencia peronista.
Con Pedro y Federico nos encontramos en la cocina de doña Teresa, comiendo un guiso de arroz y carne con un poco de vino tinto. Doña Teresa es la madre de Luis, un compañero de la metalúrgica que nos presto el lugar para la reunión. Ella habla mientras comemos, putea a los milicos y los oligarcas, dice que confía en que Perón va a volver. Luis no esta. Fue a acompañar al Gordo para que saliera seguro. El Gordo es el premio mayor de los milicos y es nuestra responsabilidad que nadie lo toque. Doña Teresa le saca cuero, -como fumaba el Gordo ese, menos mal que no se quedo a comer. Es cierto en dos horas de reunión se habrá prendido como 10 cigarrillos. Era una maquina de echar humo, mientras hablaba de las directivas del General, golpear y desgastar a la dictadura. Y nos decía que teníamos que preparar un plan insurreccional porque a la oligarquía había que vencerla a los tiros. Discutimos la situación de los compañeros en las fábricas y en los barrios y el Gordo entre cigarrillo y cigarrillo no nos paraba de hablar y entre mate y mate discutíamos como traerlo de vuelta al General.
Estaban ahí, en la mesa de doña Teresa, tomando un vaso de vino tinto, con la cabeza procesando las palabras del Gordo, pensando en los compañeros, en como ir a la huelga, en los burócratas que los pueden cagar. Le digo a Doña Teresa –que bueno su guiso, puedo repetir. –Desde luego muchacho y me sirve un humeante plato de guiso con mucha carne. En un momento de la discusión con el Gordo la cosa se puso fea. Fue cuando Luis le dijo que porque teníamos que confiar en el Viejo si después de todo era un milico y como siempre los milicos a la larga nos cagan. ¿Acaso, Gordo, no prefirió huir en una cañonera antes de darnos armas para defender a su gobierno? El Gordo monto en cólera. Que como podemos decir eso de Perón. Que lo traicionaron los militares y no tuvo tiempo ni lucidez para reaccionar. Y de última lo que Perón quiera no importa si lo traemos nosotros armas en mano. La nueva republica va a ser sin burgueses, eso dalo por hecho, nos dijo el Gordo. Terminamos de comer y Luis regresa. –Todo bien. Lo sacamos sin problema. La charla sigue un rato más. Discutimos como volver a la fabrica, esta difícil. Discutimos charlar con los troskos de Moreno, que tienen laburo adentro.
Es una cocina proletaria de 1956 en una barriada cualquiera del Gran Buenos Aires, una noche fría de otoño. Es territorio liberado. Un corazón tierno y calido de caldos y guisos. El refugio más preciado de la resistencia peronista.
1 comentario:
Un muy buen relato.Bien narrado.Excelente. Es indudable que en esta temática Ateo, te mueves como pez en el agua.
Una buena historia que abriga el cuerpo.Esas cocinas con olores a guisos y caldos. Esas charlas con el tinto en la mesa.Olores, sabores, palabras. Todos los sentidos puestos en la memoria que se resiste al tiempo.
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