El hombre era preso de una dulce melancolía. Extrañaba aquellas pequeñas tetas sobre las que se sostenían dos duros pezones como perlas negras. Extrañaba el sentido del amor. Extrañaba el olor a pis de su conchita. Extrañaba la lectura compartida desnudos y en la cama. Simplemente extrañaba el otoño y el invierno en el cuerpo del otro.
El hombre era preso del Otro. Lo había encerrado para siempre en su ignorancia.
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